En las planicies de Kenia vive Baraka, un rinoceronte negro que, pese a su ceguera, se ha convertido en un símbolo de la resistencia animal y un llamado urgente a la conciencia ambiental. A sus casi 30 años, Baraka habita en el santuario de Ol Pejeta, donde su historia ha tocado los corazones de miles.
Baraka quedó ciego tras perder un ojo en una pelea y desarrollar una catarata en el otro. Desde entonces, vive en un espacio protegido de 100 acres, donde depende del olfato, el oído y los cuidadores para moverse. Su condición lo hace vulnerable, pero también lo ha transformado en un embajador de su especie, permitiendo el contacto con humanos y generando empatía que pocos animales logran despertar.
En África, quedan apenas 5,600 rinocerontes negros, una especie arrasada por la caza furtiva que busca sus cuernos, vendidos en el mercado negro por hasta 60 mil dólares el kilo. Baraka es uno de los pocos sobrevivientes que aún pueden contar su historia, una que también se cruza con la de Najin y Fatu, los dos últimos rinocerontes blancos del norte, también protegidos en Ol Pejeta.
Gracias a un sistema de vigilancia intensiva, monitoreo por GPS y patrullajes armados, Kenia ha logrado recuperar lentamente la población de rinocerontes negros, y Baraka es un ejemplo viviente del impacto positivo de la conservación.
Su cuidadora, Grace, asegura que aunque no ve, Baraka “siente y transforma”. Y es cierto: su historia es testimonio de lo que la humanidad ha destruido… y también de lo que aún puede salvar.