Miles de migrantes latinoamericanos están abandonando Estados Unidos y otros países de tránsito, no por voluntad, sino por miedo. Desde que el presidente Donald Trump inició su segundo mandato, su administración ha intensificado redadas, cancelado permisos humanitarios y reactivado antiguas leyes para justificar expulsiones, como la Ley de Extranjeros Enemigos de 1798.
Según el Pew Research Center, el 23% de los estadounidenses teme que ellos o alguien cercano sea deportado, incluidos residentes legales, familias enteras y personas con visa. Desde febrero de 2025, la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) ha documentado un aumento de solicitudes de Retorno Voluntario Asistido, en lo que expertos llaman ya una ola de “migración en reversa”.
Cambio de política deja a miles en el limbo
El “parole” humanitario —que protegía temporalmente a personas en situación vulnerable— está siendo cancelado o dejado expirar silenciosamente, dejando a miles sin estatus legal de la noche a la mañana, según Melissa Siegel, de la Universidad de las Naciones Unidas. “No es que hayan violado la ley”, explica, “la política cambió a su alrededor”.
Human Rights Watch ha documentado condiciones inhumanas en centros de detención migratoria: baños cada tres o cuatro días, falta de acceso a productos de higiene menstrual, y el uso de instalaciones precarias como fábricas abandonadas.
Deportaciones forzadas y retornos desesperados
Aunque Estados Unidos ejecuta las deportaciones, muchas personas están regresando por miedo, no por elección. Este fenómeno se ve en los datos: los cruces no autorizados desde México cayeron 93% en mayo y el tránsito por el Tapón del Darién se redujo 99.7% en abril, según autoridades panameñas.
El regreso no significa mejora. Los migrantes vuelven a países marcados por la misma violencia y pobreza que los obligó a huir. “Están regresando a una mala situación”, señala Siegel, y lamenta que la única diferencia real es el endurecimiento de la política migratoria estadounidense.
La migración en reversa es una señal de un sistema migratorio roto, donde incluso los legalmente establecidos quedan atrapados entre leyes cambiantes, miedo y ausencia de futuro.