A un año del devastador impacto del huracán Otis en Acapulco, las cicatrices de aquella noche de octubre de 2023 permanecen visibles en cada esquina, en cada calle destrozada y en cada historia de resistencia. Acapulco, una de las joyas turísticas de México y del mundo, sigue luchando por recuperar su brillo, un esfuerzo que no solo recae en la gente de Guerrero, sino en la colaboración de todos los actores, públicos y privados, comprometidos con su renacimiento.

El paso de Otis y, posteriormente, de John, no fueron simples desastres naturales; fueron lecciones urgentes de una crisis climática que se acelera y que golpea con especial fuerza a quienes dependen del turismo y de la estabilidad climática para subsistir. La intensidad sin precedentes de estos fenómenos se debe, en parte, al cambio climático. Como advirtió el excoordinador del Servicio Meteorológico de México, Michel Rosengaus, las condiciones para estas intensificaciones rápidas están cada vez más presentes y requieren que las comunidades se preparen para enfrentar ciclones más severos, con menos tiempo de respuesta.

La ayuda prometida por el gobierno, que incluía “Créditos a la Palabra” y una inversión declarada de 1.700 millones de dólares, resultó ser un alivio insuficiente, sobre todo para los pequeños y medianos empresarios que sostienen la actividad económica de Acapulco. Dueños de hoteles emblemáticos como el Hotel Presidente aún no han logrado restaurar sus instalaciones completamente. Otros negocios pequeños, luchan con apoyos limitados que apenas cubren una fracción de las pérdidas. Las críticas sobre la falta de respuestas efectivas son claras: a pesar de las palabras, los esfuerzos de reconstrucción están lejos de brindar soluciones adecuadas.

Más allá de la infraestructura, lo que permanece es la resiliencia de sus habitantes. Personas como Rosa, quien perdió su hogar en Otis pero lo reconstruyó con la ayuda gubernamental, aún viven con el temor cada vez que el cielo se oscurece y el viento arrecia. Clavadistas de La Quebrada, quienes dependen del turismo para subsistir, encarnan el espíritu de la comunidad. A pesar de todo, siguen lanzándose desde las alturas como símbolo de esperanza y lucha. El llamado es claro: Acapulco sigue de pie, pero necesita el respaldo no solo de su propio gobierno, sino de la sociedad en su conjunto, de la comunidad internacional y del turismo que alguna vez impulsó su desarrollo.

Acapulco merece más que simples palabras de aliento. Es momento de actuar con visión a largo plazo, considerando que esta ciudad es un reflejo de la vulnerabilidad y fortaleza de todos los destinos turísticos frente a una crisis ambiental sin precedentes. La historia de Acapulco no debería ser una tragedia permanente, sino una historia de renacimiento compartida y construida con acciones concretas.

Otis, aun duele, aun sangra.
Por: Raul D. Gatica