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Por décadas, los nombres de las heroínas de la Independencia han sido relegados a un segundo plano, como si su valentía fuera un simple pie de página en la historia nacional. El trabajo periodístico de Juan Manuel Millán Sánchez, rescata a una de ellas: Manuela Molina, “la Capitana”, una mujer guerrerense cuya trayectoria desafía el olvido institucional.

Millán relata cómo, desde 2020, un acuerdo de Cabildo en Acapulco buscó renombrar la calle Hornitos —arteria que conecta con el Fuerte de San Diego— como Manuela Molina, en honor a quien combatió hombro a hombro con Morelos en la toma del puerto en 1813 y en al menos siete batallas más.

La reciente mención de Manuela Molina en el Grito de Independencia, a cargo de la presidenta Claudia Sheinbaum, es un acto simbólico que reconoce su papel decisivo: formó su propio batallón, resistió las ofertas de indulto del virrey, y continuó la lucha insurgente hasta ser herida de muerte. Falleció en 1822, en Texcoco, en pobreza y casi en silencio, ajena a los festejos de una independencia que ella ayudó a forjar.

Pero el gesto presidencial no basta. Como bien subraya Millán Sánchez, el nombre de Manuela debería figurar en las letras de oro del Congreso de Guerrero y en las calles que narran la identidad de Acapulco. Cada 13 de abril, fecha de la ocupación del puerto, debiera celebrarse una jornada cívica-cultural en su honor. La deuda es evidente: ni en Taxco, su tierra natal, ni en Texcoco, donde murió, existe un reconocimiento oficial.

Recordar a Manuela Molina es reconocer que la historia de México se escribió también con manos de mujer, en medio de la pólvora y el sacrificio. Su vida exige más que homenajes momentáneos: demanda políticas de memoria que devuelvan a las heroínas el lugar que les corresponde en plazas, libros de texto y en la conciencia colectiva.

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