Nadar en el mar no solo refresca, sino que genera un profundo bienestar físico y mental. Aunque mitos sugieren que este placer se debe a recuerdos evolutivos o embrionarios, la ciencia explica que el bienestar va más allá del simple placer momentáneo.
La inmersión en agua, especialmente en el mar, mejora la circulación sanguínea cerebral y reduce la fatiga muscular, gracias a su mayor densidad y contenido salino. Este efecto se amplifica con la absorción de minerales que benefician la piel y actúan como antiinflamatorios.
Desde una perspectiva neurofisiológica, la inmersión en agua aumenta el flujo sanguíneo cerebral, mejorando la actividad cortical en áreas motoras y sensoriales.
Además, el agua salada del mar favorece la flotabilidad, lo que permite nadar con menor esfuerzo y mayor relajación. Los minerales absorbidos a través de la piel también ayudan en la recuperación de enfermedades cutáneas, como la dermatitis.
El entorno marino, con su brisa cargada de aniones, no solo refresca, sino que también proporciona efectos antioxidantes y reduce el estrés, promoviendo un estado de tranquilidad y bienestar que trasciende lo sensorial, fomentando una armonía integral entre cuerpo y mente.