Pese a que se reconoce a la educación como un motor de movilidad social, en México la realidad es otra: el origen familiar y económico sigue marcando el destino de miles de personas, sin importar su nivel académico. Casos como los de Patricia Morales y Ana María Axotla, mujeres que a pesar de estudiar o desear hacerlo se enfrentaron a un sistema desigual, reflejan una constante: la escuela no siempre iguala.
Ambas mujeres, habitantes del Estado de México, han vivido en carne propia cómo el esfuerzo no siempre se traduce en mejores oportunidades. Patricia logró titularse en Ciencias de la Comunicación, pero nunca pudo ejercer su profesión por la falta de oportunidades laborales. Hoy vende jugos en Nezahualcóyotl mientras mantiene viva la esperanza de que sus hijos logren más de lo que ella pudo. Ana, en cambio, sueña con estudiar Derecho ahora que por fin puede costearse una carrera, tras años de trabajo informal en su pequeña peluquería casera.
Según el Informe de Movilidad Social en México 2025 del Centro de Estudios Espinosa Yglesias (CEEY), el nivel educativo de los padres sigue siendo uno de los factores más determinantes para el futuro de sus hijos. El documento revela que los hijos de padres con estudios universitarios casi siempre alcanzan niveles similares o superiores, mientras que el 39% de los hijos de padres con solo primaria, permanece en ese nivel o incluso por debajo.
Además, las condiciones estructurales como el género, el lugar de residencia y los ingresos familiares limitan aún más el ascenso social. Aunque la escolaridad promedio ha aumentado en México, este progreso no garantiza un cambio real en las condiciones de vida, especialmente si el entorno laboral no recompensa la educación con empleos dignos, como ocurrió con Patricia.
La historia de estas mujeres muestra que, en un país con profundas brechas sociales, la escuela, por sí sola, no basta para igualar las oportunidades. Se requieren políticas que además de ampliar el acceso educativo, garanticen empleos dignos y combatan la transmisión intergeneracional de la pobreza.
Foto: Archivo. Salón de clases en una escuela de Acapulco