El pasado 4 de julio, una tormenta tropical cargada de humedad desde el Golfo de México desató una inundación extrema en Texas, dejando 109 personas muertas, entre ellas 27 niños en un campamento. El río Guadalupe subió 26 pies en solo 45 minutos, superando sus márgenes con fuerza devastadora.
Este desastre es una alerta más del impacto de la crisis climática, provocada por décadas de quema de combustibles fósiles. El cambio climático no solo calienta el planeta, también intensifica eventos extremos como lluvias torrenciales, incendios y huracanes. De hecho, un análisis preliminar del proyecto ClimaMeter estima que el evento en Texas fue 7% más húmedo por el calentamiento global.
El aumento de fenómenos meteorológicos catastróficos es claro: según la Organización Meteorológica Mundial, estos se han quintuplicado en 50 años. En EE.UU., los daños por tormentas superaron los 180 mil millones de dólares en 2024, casi diez veces más que en los años 80.
A pesar de esta realidad, el gobierno de Donald Trump ha recortado presupuestos clave para la investigación climática, debilitando agencias como NOAA y FEMA, y cancelando programas que ayudan a mitigar desastres. También eliminó reportes sobre costos de daños por eventos extremos.
Mientras tanto, Texas y otras regiones vulnerables se enfrentan a la incertidumbre: ¿Dónde será seguro vivir en una era de lluvias “megaextremas”? La tragedia del río Guadalupe no es aislada; es el rostro más reciente del caos climático que se intensifica cada año.
Fuente: ProPublica
Foto: Louise Hays Park, Kerrville, Texas. / Brenda Bazán / The Texas Tribune