Un tuit reciente de la creadora digital @thaissotillo reavivó un debate que parece generacional, pero que en realidad habla de un cambio profundo en la forma en que nos comunicamos: para millones de jóvenes, recibir una llamada telefónica sin previo aviso se siente como una invasión o una falta de respeto.
Especialistas señalan que el motivo no es la edad, sino el modo de vida actual. Un mensaje de WhatsApp permite pensar, editar, borrar y moldear la respuesta que queremos dar. Una llamada, en cambio, exige presencia inmediata y autenticidad sin filtros. “Es otra forma de evitar la confrontación directa”, explica la psicóloga Alejandra de Pedro, quien señala que procesar antes lo que queremos decir se ha vuelto casi una necesidad.
La vida asíncrona también influye: trabajamos en horarios rotos, respondemos cuando podemos y consumimos contenido a demanda. En esa lógica, una llamada interrumpe y obliga a sincronizarnos con el otro. “Los jóvenes han entendido que estar accesibles no es lo mismo que estar disponibles”, apunta la especialista.
Paradójicamente, la tecnología que prometía acercarnos ha levantado muros alrededor de nuestra disponibilidad emocional. Las llamadas se interpretan como prepotentes si no hay mensaje previo. Solo la familia conserva el “derecho” de llamar sin avisar, no por ser de otra generación, sino porque sigue operando bajo el código de la disponibilidad inmediata.
Lo que está en juego, advierten expertos, no es solo la eficiencia, sino la pérdida de tolerancia a la incomodidad: improvisar, reaccionar en tiempo real, lidiar con conversaciones difíciles. La llamada telefónica era uno de los últimos vestigios de esa interacción directa.
Hoy el teléfono sigue en el bolsillo, pero ya no es para hablar. Es para elegir cuándo y cómo queremos responder, y sobre todo, para evitar aparecer sin preparación.