En una de las calles más concurridas del Centro de Acapulco, ubicada atrás de la Catedral de Nuestra Señora de la Soledad, ha emergido un fenómeno gastronómico notable. El auge de la venta de elotes tiernos con salsa picante, esquites enriquecidos con queso, mayonesa y el refrescante toque del limón, chicharrones que deleitan con su crujir característico, y tamales envueltos en hojas de plátano, en versiones tanto verde como roja, se ha convertido en una arraigada tradición en este puerto.
Este punto de encuentro culinario no solo es una parada para satisfacer el apetito, sino que también encarna el espíritu y la esencia de la comunidad local. Acompañados por aguas refrescantes y gaseosas, estos manjares son mucho más que alimentos; son símbolos vivos de una cultura arraigada y compartida por generaciones.