El jaguar en México está mostrando señales de recuperación. De acuerdo con el censo más reciente de la Alianza Nacional para la Conservación del Jaguar, la población de este felino alcanzó 5,326 ejemplares en 2024, lo que significa un aumento del 10% en seis años y del 30% en 15 años, si se compara con los 4,100 registrados en 2010.
Este avance es considerado un triunfo para la ciencia y la conservación, aunque aún insuficiente: el jaguar sigue catalogado como especie en peligro de extinción, y para salir de esa lista se necesitarían entre 8,000 y 10,000 individuos.
Las regiones con mayor número de jaguares son la Península de Yucatán (1,699 ejemplares) y el Pacífico Sur (1,541), seguidas del noreste y centro (813), Pacífico Norte (733) y la costa del Pacífico Central (540). El monitoreo incluyó más de 920 cámaras trampa en 15 estados y 414 mil hectáreas vigiladas.
El jaguar (Panthera onca) es el felino más grande de América y un símbolo cultural y espiritual para pueblos indígenas. Su rol como depredador tope mantiene el equilibrio en los ecosistemas, al controlar poblaciones de otras especies.
Sin embargo, enfrenta graves amenazas: la deforestación, la expansión agrícola, el conflicto con ganaderos, el tráfico ilegal de pieles y colmillos, y la fragmentación de corredores biológicos que no siempre están dentro de áreas protegidas.
Desde la década de 1970, el país ha fortalecido políticas ambientales pioneras, como la creación de áreas naturales protegidas y corredores biológicos. Además, comunidades locales participan activamente en la vigilancia y protección, en coordinación con científicos, ONGs y autoridades.
El presidente de la Alianza, Gerardo Ceballos, advierte que con el ritmo actual se tardarían 30 años en alcanzar la meta de 8,000 ejemplares. No obstante, la organización busca acelerar el proceso para lograrlo en 10 a 15 años, con acciones más firmes contra la cacería, el tráfico ilegal y la pérdida de hábitat.
El aumento del jaguar es una chispa de esperanza, pero el futuro de esta especie emblemática dependerá de decisiones colectivas y de políticas contundentes para frenar las amenazas. Su conservación no es solo una causa ambiental: es también la clave para preservar el equilibrio de las selvas y bosques de México.