La Navidad está cada vez más cerca y, para millones de familias en México, la cena de Nochebuena no estaría completa sin el tradicional pavo. Aunque hoy es un platillo habitual en las fiestas decembrinas, su origen se remonta a una mezcla de historia, cultura y religión que comenzó hace siglos en territorio mexicano.
De acuerdo con información oficial del Gobierno de México, el pavo es originario de Mesoamérica y era conocido por los pueblos prehispánicos como guajolote, palabra que proviene del náhuatl huexólotl. Para estas culturas, el guajolote tenía un valor simbólico y ritual, ya que se asociaba con la vida, el sol y algunas deidades, por lo que era utilizado en ceremonias y celebraciones importantes, especialmente durante festividades relacionadas con el solsticio de invierno.
Con la llegada de los españoles en el siglo XVI, el consumo del pavo se integró a las celebraciones religiosas del cristianismo. Durante la colonización, la comida fue utilizada como una herramienta para facilitar la evangelización. En 1528, Fray Pedro de Gante organizó una de las primeras celebraciones navideñas en la Nueva España, donde el pavo formó parte del menú como un elemento de unión entre las tradiciones indígenas y la religión católica.
Desde México, el pavo fue llevado a Europa por los colonizadores españoles, donde rápidamente se convirtió en un alimento exclusivo de la nobleza por considerarse exótico y de alta calidad. Con el tiempo, su crianza se extendió a otros países y su consumo se popularizó en fechas especiales, como la Navidad. Más tarde, esta ave también se volvió un símbolo del Día de Acción de Gracias en Estados Unidos.
En la actualidad, el pavo sigue siendo un platillo central en la Nochebuena por su simbolismo, su tamaño ideal para compartir y su versatilidad culinaria. En México se prepara de múltiples formas, desde el clásico pavo relleno hasta versiones bañadas en mole o salsas tradicionales, consolidándose como uno de los grandes protagonistas de la cena navideña.