En una de las zonas más pobres de la diócesis de Chiclayo, el sacerdote peruano Javier Cajusol Villegas decidió literalmente tomar la pala y los ladrillos para construir una iglesia. A diferencia de otros casos en los que los párrocos solo gestionan los proyectos, él mismo trabaja como albañil, combinando su vocación sacerdotal con la labor física de edificar el templo.
El padre Javier, de 58 años, relata que la inspiración le llegó recordando a los primeros misioneros que acompañaron a los españoles en América, quienes además de predicar, levantaban sus propias iglesias. Con el apoyo inicial de la organización Adveniat y con conocimientos compartidos por su hermano arquitecto, aprendió a preparar mezcla, colocar ladrillos y realizar acabados. “Es un doble trabajo fuerte: el de albañil que requiere fuerza y habilidad; y atender a los fieles”, asegura.
La parroquia Santa María del Valle, donde se construye el templo, atiende a más de 45 mil fieles repartidos en nueve comunidades, pero solo contaba con tres capillas. El sacerdote calcula que la obra podría tardar entre cuatro y cinco años en completarse, aunque ya celebra misa dominical en el lugar. Para lograrlo, requiere reunir alrededor de medio millón de soles (143 mil dólares), monto que se duplicará para concluir con altar, bancas, imágenes y equipamiento.
En medio de un contexto de pobreza y violencia en la zona, el proyecto no solo busca levantar un edificio, sino también esperanza. El padre Javier destaca que los fieles colaboran con lo poco que tienen: desde aportes económicos hasta la comida diaria para él y sus ayudantes.