La histórica visita de Salvador Allende a México en 1972 no solo marcó un momento clave en la diplomacia latinoamericana, también dejó huella en el pensamiento crítico de generaciones de estudiantes mexicanos. Su discurso en la Universidad de Guadalajara, pronunciado el 2 de diciembre de aquel año, se convirtió en uno de los legados ideológicos más vigorosos del siglo XX en el continente.
Allende, presidente de Chile y primer mandatario socialista en llegar al poder por la vía democrática, aterrizó en México invitado por el entonces presidente Luis Echeverría Álvarez. La visita se dio en un contexto político tenso para nuestro país: apenas habían pasado cuatro años de la masacre estudiantil del 2 de octubre de 1968 en Tlatelolco y poco más de un año del “Halconazo” del 10 de junio de 1971. La represión política y la censura eran aún heridas abiertas en la sociedad mexicana, sobre todo en las universidades.
En ese ambiente, la llegada del líder chileno, con su discurso de justicia social, autodeterminación de los pueblos y revolución popular, fue recibida como un rayo de esperanza. En el auditorio del Instituto de Ciencias Sociales y Humanidades de la Universidad de Guadalajara —hoy llamado Auditorio Salvador Allende—, el mandatario fue ovacionado por una multitud de jóvenes que veían en él una figura congruente, revolucionaria y comprometida con las clases trabajadoras.
En su discurso, Allende lanzó una frase que se convertiría en emblema de generaciones:
“Y ser joven y no ser revolucionario es una contradicción hasta biológica.”
Aquella sentencia no solo encendió los ánimos de los presentes, sino que quedó registrada como una de las declaraciones más poderosas de su pensamiento. Allende exhortó a los estudiantes a no convertirse en élites desconectadas de su pueblo y a reconocer que la transformación no ocurría desde las aulas, sino desde la acción de las masas, los trabajadores, los oprimidos.
Criticó la dependencia económica de los países latinoamericanos frente a los intereses de las potencias globales y denunció los mecanismos de explotación que condenaban al subdesarrollo a buena parte del continente. Defendió con firmeza la educación con sentido social, el compromiso universitario con el pueblo y la lucha colectiva como camino hacia una sociedad más justa.
La visita concluyó con una nota fraternal: Allende agradeció al pueblo de México por su amistad y solidaridad con la causa chilena. Poco menos de un año después, el 11 de septiembre de 1973, el sueño del gobierno de la Unidad Popular se vería truncado por un cruento golpe de Estado liderado por Augusto Pinochet. Salvador Allende moriría defendiendo el Palacio de La Moneda, con casco y fusil en mano.
Tras su muerte, México se convirtió en un refugio para su familia y para miles de chilenos perseguidos por la dictadura militar. Las universidades mexicanas, como la UNAM y la propia Universidad de Guadalajara, ofrecieron resguardo y oportunidades a exiliados que contribuyeron de manera significativa a la vida cultural e intelectual del país.
Hoy, más de 50 años después, el discurso de Salvador Allende sigue resonando con fuerza. Sus palabras, esculpidas en piedra frente al auditorio que ahora lleva su nombre, son recordatorio de que el pensamiento crítico, la lucha por la justicia y la rebeldía juvenil siguen siendo pilares de cualquier sociedad que aspire a transformarse.