Cada 12 de diciembre, millones de personas celebran a la Virgen de Guadalupe, figura central del catolicismo en México y considerada la “Patrona de América Latina”. Aunque el relato más difundido se remonta a 1531, cuando Juan Diego habría visto a la Virgen en el cerro del Tepeyac, investigaciones recientes de la UNAM explican que el origen histórico del culto está ligado a una tradición mucho más antigua y compleja.
De acuerdo con la historiadora Gisela von Wobeser, el Tepeyac ya era un santuario prehispánico dedicado a la diosa Tonantzin antes de la llegada de los españoles. Hacia 1525, los frailes evangelizadores transformaron ese espacio en una ermita cristiana dedicada a la Virgen María y colocaron en ella una pintura realizada por un artista indígena llamado Marcos. A esa imagen pronto se le atribuyeron poderes milagrosos, lo que impulsó la devoción entre la población indígena.
La investigadora explica que, durante las primeras décadas posteriores a la conquista, la ermita del Tepeyac fue visitada principalmente por indígenas. Sin embargo, para mediados del siglo XVII el culto se expandió a todos los sectores sociales. En ese periodo surgió una leyenda construida por indígenas educados bajo el modelo español, donde se fusionaron elementos marianos europeos con rasgos de la cosmovisión prehispánica, dando origen a la narrativa de las apariciones de 1531.
Von Wobeser señala que este proceso formaba parte de la estrategia evangelizadora aplicada también en Europa durante la reconquista: sustituir antiguos centros de culto pagano por templos cristianos. Así nacieron otras devociones populares en México, como las de Izamal, Zapopan, Chalma u Ocotlán. Su análisis concluye que la historia guadalupana combina dos tradiciones —la española y la indígena— que dieron forma a un símbolo profundamente arraigado en la identidad mexicana.